Desde un punto de vista histórico, con la palabra Humanismo se designa el movimiento cultural de descubrimiento y retorno a la riqueza de las fuentes clásicas. Fue originado en Italia por Petrarca (1304-1374) y difundido en toda Europa por Erasmo de Rotterdam, en Inglaterra por Tomás Moro (1478-1535), en España por Luis Vives (1492-1540) y en Francia por Guillermo Budé (1469-1540).
Hasta hoy se considera vigente la opinión vertida por Jacobo Burckhart en su obra La cultura del renacimiento en Italia (1860), cuya raíz se encuentra en la filosofía de la Ilustración, en torno a la oposición entre la renovación producida por el humanismo y la cristiandad medieval.
Según esa tesis “moderna”, la corriente humanista interesada en la afirmación de la dignidad del hombre, es contraria al teocentrismo medieval.
Sin embargo, la indicada contrariedad parece desconocer la procedencia del humanismo platónico y la respuesta dada a Protágoras en Las Leyes (IV, 716, c): “Dios es la medida de todas las cosas”.
Al mismo tiempo, esa proposición describe un humanismo en el que la persona humana no reconoce la grandeza y dignidad de ser Imago Dei y, por eso mismo, no se aprecia a sí misma como la única criatura capaz de oír la Palabra que lo libera de toda esclavitud en el misterio de Dios hecho hombre.
Y, además, la afirmación de la ruptura del humanismo con la tradición escolástica olvida la doctrina tomista acerca de la dignidad de la persona humana (S. Theol., I, q. 29, a. 3).
Por otro lado, si bien se ha presentado la Reforma protestante en convergencia con la idea de un Humanismo contrario al Medioevo, es preciso no perder de vista que los elementos paganizantes de los textos clásicos nunca pudieron ser afines a la doctrina luterana de la omnipotencia absoluta de Dios enfrentada al hombre de naturaleza destruida sin remedio. En ese sentido, queda clausurado el modelo de la vida virtuosa propio de la cultura humanista, así como el conocimiento Dios por otra vía que no sea la fe revelada.
Daniel Guillermo Alioto